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Saturday, November 22, 2008

Tres liberalismos: el viejo, el nuevo, y el neo

Tres liberalismos: el viejo, el nuevo, y el neo
Por José Arsenio Torres
17 de noviembre de 2008 04:00 am

El arco histórico que describen los últimos 350 años —en otras palabras, la Era Moderna— ha estrenado, y con el tiempo desechado, tres modalidades distintas de la idea liberal. Y no meramente de la idea, sino de las construcciones sociales, institucionales, especialmente en el ámbito económico, del concepto político liberal.A contrapelo del mundo medieval, feudal, con sus absolutismos políticos y su mercantilismo económico, el liberalismo político originario nació y prendió como idea política en la Inglaterra de los reyes estuardos de Escocia, desde mediados del siglo diecisiete, abonada la idea por los filósofos españoles Suárez y De Victoria, desde un siglo antes. Fue John Locke quien en 1690 elaboró la idea completa del liberalismo político: contrato entre gobernantes y gobernados, democracia de mayoría del pueblo participante —que todavía era una minoría de los pudientes— y derecho a la revolución.Ese liberalismo quiso decir, originariamente, gobierno limitado a los asuntos del aseguramiento de la vida, la propiedad —la vida como la principal propiedad—, y todo ello en aras del BIEN COMUN. Ello conllevaba, claro está, el poder de garantizar los contratos libremente contraídos, la seguridad pública doméstica, y la defensa del estado frente a otros estados que quisieran destruirlo. No hay aquí encomienda o agenda de justicia social, calidad de vida o distribución equitativa de los bienes de este mundo. Eso se reserva a los individuos, las personas, las familias. Para eso es la libertad que ese liberalismo original postula: áreas libres, francas, reservadas a la iniciativa privada. Libertad significaba entonces el conjunto de áreas libres frente a la acción del Estado, un Estado mínimo frente a la propiedad y la sociedad en su compleja madeja de intereses.Ese fue el liberalismo heredado por los padres de la Constitución de los Estados Unidos, proclamado desde 1776 en la Declaración de la Independencia de los Estados Unidos, de puño y letra de Tomás Jefferson, pero suscrita, en sus principios, por toda su generación. Ese es el credo en cuyas entrañas cuajó toda la modernización e industrialismo moderno. Ese dramático desarrollo nos legó la frase mágica que como evangelio todavía blanden los empresarios de todo Occidente, como talismán de felicidad asegurada para todos: la libre empresa. El único problema con esa teoría es que es falsa. Su falsedad condujo a la explotación de los trabajadores y las familias, a la más extrema miseria humana del mundo moderno, y el levantamiento —a veces moral, a veces físico— de los trabajadores del mundo. Costó el advenimiento del marxismo y el comunismo, e incontables revoluciones. Porque la libertad personal, que fue el barco bandera de aquel liberalismo originario, se hizo académica, casi una burla, frente a la voracidad de la libertad de empresa —un colectivo opresor a nombre de la libertad individual, que advino mera mueca de impotencia.La degeneración de aquel viejo, original liberalismo, creó dos reacciones: una, la primera, para destruir tanto las preciadas libertades liberales como los abusos casi genocidas del capitalismo industrial sin límites. Esa reacción se llamó, originalmente, marxismo o socialismo. Su versión más áspera y opresiva —tanto o más que el empresarismo capitalista que la provocó— se llamó marxismo-leninismo, hoy decapitado y en descrédito porque, como antídoto al capitalismo criminal, resultó peor que la enfermedad desde el punto de vista de las libertades humanas.Contemporánea con esa reacción amarga ante los abusos del capitalismo, se creó en la inteligencia democrática de Occidente, que cobró cuerpo de realidad en Europa y los Estados Unidos —desde Bismarck en Prusia hasta Franklin D. Roosevelt y su Nuevo Trato en los Estados Unidos— una teoría económica y práctica política que los dos principales pensadores de los Estados Unidos y España —John Dewey y José Ortega y Gasset— llamaron “nuevo liberalismo”, el liberalismo del Estado y la sociedad responsable.El Estado de este liberalismo responsable tiene propósito colectivo, no como camisa de fuerza ante las libertades económicas y sociales, sino como piel que responde a los contornos del organismo social en el ejercicio de sus libertades. En Puerto Rico Luis Muñoz Marín llamó a ese compromiso con la libertad y la justicia “el propósito de Puerto Rico”. Porque los pueblos y los Estados tienen que tener propósitos, y de hecho los tienen, buenos o malos, como sea el caso.Frente al viejo liberalismo darwinista de sálvese el que pueda, en el Galápagos de la sociedad, y al marxismo determinista de las revoluciones y los totalitarismos —como respuestas a la explotación humana en que culminó el viejo liberalismo— las clases gobernantes de Occidente decidieron, de manera deliberada, modificar las estructuras políticas para, desde ellas, alternar los términos del contrato social económico: legislación social reparadora de explotaciones inhumanas, derechos laborales en las empresas, rescate de la niñez y la juventud de la esclavitud laboral y la pobreza extrema, una política industrial de creación de empleos, y un sistema judicial que garantizara esos derechos. Ese uso de la libertad, de la inteligencia y la voluntad política, superó al viejo liberalismo y evitó el determinismo marxista. Le quitó a ambos la alfombra debajo de sus pies.Ahora bien, los magnates de la libre empresa sin límites nunca se reconciliaron con ese nuevo liberalismo responsable, de propósito social y ético. Tanto le han dado la vuelta al rollo hasta que se han inventado una innovación a la medida de sus intereses: el neoliberalismo de Milton Friedman y Augusto Pinochet, esta vez a escala mundial, amparados en la realidad objetiva de la globalización. Así que no sólo han vuelto al viejo liberalismo de Adam Smith, sino que lo han hecho con una venganza dulzona: a nivel mundial. Ahora el mundo es de los empresarios, para los empresarios. Todo lo que necesitan para legitimarse es el voto del pueblo. Y acaban de conseguirlo en Puerto Rico, mientras Estados Unidos marcha en dirección contraria.

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